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La concepción de Jesús en la Tradición judeocristiana

Entre las fuentes de la comprensión judeocristiana de Jesucristo se encuentran los libros apócrifos de influencia cristiana, tales como: Ascensio Iesaiae –Ascensión de Isaías–, el Libro II de Henoc, el Testamento de los doce patriarcas, la revisión cristianizante de los libros 5, 6 y 7 de los Oráculos de las Sibilas, y los apócrifos del Nuevo Testamento: el Evangelium Petri o Evangelio según Pedro, secundum Hebraios, secundum Aegyptios, la Epistola Apostolorum Carta de los apóstoles–, el Apocalipsis de Pedro, así como la primera Carta a Clemente la Didaché, la Carta de Bernabé y el Pastor de Hermas.[1]

Los evangelios de la infancia, es decir, “colecciones de relatos de la infancia de Jesús independientes y en forma de libros difieren de las «prehistorias» de Mateo y de Lucas al desligarse del resto de la vida de aquel dejando de formar parte de un evangelio”[2] se dedicaron a narrar la vida de María y la infancia de Jesús –as– para completar las prehistorias y colmar los huecos históricos.

El Protoevangelio de Santiago –también llamado Historia de la Natividad de María en muchos manuscritos– incluye episodios del nacimiento y la infancia de María no incluidos en las narraciones sinópticas, es decir en los tres primeros evangelios canónicos. Este evangelio fue oficialmente rechazado por el decreto Gelasiano (S. VI) y permaneció desconocido hasta el S. XVI, conservado por la Iglesia oriental y traducido por Guillaume Postel del griego al latín, pero se conserva, no sólo en muchos papiros griegos como el Bodmer Y (siglos III/IV), sino en versiones siríacas, armenias, georgianas, etíopes y coptas usadas en la liturgia oriental.[3]

[1] HÜNERMANN, Meter, Cristología, p.167.

[2] VIELHAUER, Philipp, Historia de la literatura cristiana primitiva, Introducción al nuevo testamento, los apócrifos y los padres apostólicos, p. 695.

[3] Cfr. VIELHAUER, Philipp, Historia de la literatura cristiana primitiva, Introducción al nuevo testamento, los apócrifos y los padres apostólicos, p. 697.

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